Tuesday, October 07, 2008

Como si me hubiera ido a Españita Tlaxcala...

No me imaginé que el viaje transatlántico fuera tan poco escabroso. De hecho lo disfrute mucho. Quizá se deba en parte porque estaba muy cansada de los últimos días en Puebla que estuvieron de no parar. Pero desde hace mucho tiempo tenía las ganas de viajar sola. Pensé que como ahora tengo parejita inseparable eso era prácticamente imposible. Aunque el año pasado y por cuestiones esconómicas tuve que viajar sola a Morelia para exponer. Me tocó pues adelantarme hacia Europa. Desde hace casi 4 o 5 años que de alguna manera soy dependiente de Ángel, o de menos nos hacemos acompañar en el "trayecto vida en común" lo que permite que una se sienta muy a gusto.
Al viajero solitario y primerizo tiene que hacer sus preparativos para irse, lo que ya comienza a demandar algún nivel nervioso. La segunda, y la más triste al menos para mi, es lidiar con la despedida. De los suyos. De quienes ama. Con quienes habitaualmente convive. Yo tuve la fortuna de poder despedirme de mi núcleo familiar más cercano. Y de que todos en caravana fueran a despedirme: papás, hermanas, esposo, tía, sobrina, y mi amado. No se si esto sea aún mas difícil pues uno se convierte en María Magdalena. Bueno, ¡a quién quiero engañár! ¡Odio las despedidas! Despiertan en mi la fragilidad total. Es con uno de los asuntos que no puedo.

Entre tanta prisa y trabajo, ni Angel ni yo no habíamos querido hacer una observación puntual del hecho de despedirnos. Solo cruzabamos miradas mientras mas se acercaba la fecha de partida. La rutina nos sostenía, nos animabamos haciendo cosas juntos, tomandonos más fuerte de la mano. Observándonos con cara de "putaaaaa madre", pero rehuiamos a esa responsabilidad. Fue en el aeropuerto de quien me despedi al final y no pudemos contenernos y terminamos chillando como caricaturas japonesas. Aún recuerdo la imagen, yo cruzando por la revisión y él viéndome desde la separación, simbólica, que inicia al presentar tus maletas y objetos. Todos familia, marido y viajero en un mar de lágrimas de gusto y de tristeza. Tan agridulce.
Cuando estaba en la sala de espera leí una carta que mi hermana mayor me había escrito y chillé como imbécil, no había papel higiénico que me consolara. Y es que cuando uno se va las palabras y las buenas intenciones de la gente se agolpan en poco tiempo. Uno queda, digamos, tocado. Palabras que se intuían pero de alguna manera inéditas. Bien entretejidas para entender que uno sí es importante en el mundo para algunos, ¡que fortuna! Lo curioso es ver a aquellos viajeros, en la sala de espera, que no les sorprende nada. Un viaje más. Seguramente han tenido enfrente la misma escena en muchos aeropuertos, en muchas salas de espera... Voltean a ver como me las arreglo con el poco papel higénico que tengo, para parar una hemorragia de mocos. De dónde saca uno tantas lágrimas, de dónde saca uno taaaaaantos mocos. Agún día si tienen suerte les compartiré esa hermosa carta que me escribió mi hermana.
Ya tocada por el sentimiento me permitía pensar en mis gatas, en Ciëlo que era tan apeg ada a mi, que hermoso animal. En Guadalupe con sus berrinches de gata insegura, con su carácter inasible. ¡Ay como le chillé a las gatas!, yo deseo que esten bien con sus nuevas mamis o papis que tengan. Que las cuiden como nosotros lo hicimos, cariño, libertad y algunos regaños necesarios.
:El avión:
Ruta de recorrido: México, Amsterdam, Barcelona. Casi 10 horas de México a Amsterdam, despegando casi a las 9 de la noche. El viajero primerizo seguramente pedirá ventana para ver todo el mundo desde arriba. Claro yo deseaba ventana pero me tocó pasillo. Como a eso de las 12 de la noche que ha disminuido toda la intensidad de ires y venires de azafatas y azafatos las luces se apagan. Yo después de dos botellitas de vino y de sacar la numerología de Ángel decidí incorporarme a los durmientes. Aunque como viajera primeriza, la nerviosita natural casi no te deja dormir. Y el cuerpo y el reloj biológico pide descansar. Y asi lo haces mientras puedes. Lidiando con el frio natural del avión. La pequeña manta que te dan no es suficiente, ahi es cuando recorde a mi madre. Y reconocí que las madres son sabias aunque a veces a uno no le guste. - Llévate tu abrigo arriba porque hace muuuucho frío. Casi lo dejo en la maleta, y de no ser por el abrigo, la bufanda que me regalo mi hermana en el aeropuerto y la mantita, me hubiera dado una hipotermia. La chica de mi fila, que sí le tocó ventana, venía casi chillando porque estaba agripada y no podía dormir entre tanto extraño, era medio fresilla, y con tantos mocos en la nariz.
Como a las 3 de la mañana horario mexicano, desperté sintiendo que no habría manera humana de calentarme y se acerca la azafata y con cara amable me da ¡¡¡¡una paleta helada!!!! Justo lo que necesitaba para el pinche frío. Lo más ridículo es que yo tomé la paleta y me la tragué toditita, cuando en realidad tenía ganas de aventarla por ahí.
Llegamos a Amsterdam casi a la 1 de la tarde, desde ese momento perdí la cordura del tiempo en relación al sueño. Me sentía entre cruda, emocionada, deshidratada... En el aeropuerto de Amsterdam llovía mucho y el día era gris. Una vez mas recordé las sabias palabras de mi madre. Espere en alguna de las salas pues el vuelo a Barcelona salía como a las 5:30. Fascinada veía a la gente que confluía ahí. No dejaba de hacer historias, de pensar y adivinar de dónde vendrían. Gente negra, gente asiática (¡muchos muchos japoneses!), gente del medio oriente, de la India, gente diferente por todos lados. Lo que me pareció maravilloso.
Me trepe al siguiente vuelo, ya estaba destrozada, quería dormir pero como ahora sí me toco ventana, no pude dejar de observar la maravillosa tierra, desde arriba es tan linda. Cómo hemos podido dañarla tanto. Las nubes son también especiales, con el toque del sol que se iba poniendo... Un día completo de mi vida se habia ido viajando y sin entender el horario. Llegué con mis amigos imaginarios a Barcelona, muy contenta, con toda la espectativa y como me lo indicó mi chico y mi familia tomé un taxi para llegar a casa de Dení. Giorgio me recibió como una verdadera amiga.

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